Los coreanos son gente rara. Desde una perspectiva sesgada europeísta, desde luego. Pero objetivamente: ¿no se han vuelto cada vez más raros? Lo del K-pop, su obsesión con la estética, vivir en una península pegados a otra Corea hermana gobernada por un señor regordete con acceso a armamento nuclear. Eso tiene que afectar. Y, por supuesto, afecta también al cine y las pelis.
En lo que yo considero que destacan, para bien, es en los thrillers policíacos. Me he visto unos cuantos, pero ni aun así podría deciros el nombre correcto de alguno. Vi al Diablo, Me encontré con el Diablo, no sé qué del Diablo… La mayoría son protagonizadas por un joven policía que viene de familia pobre y se enfrenta a la mafia o a otros policías corruptos él solito, a pesar de los problemas que le genera el incompetente de su jefe. Ah, y también tienen al coreano fuertote, ese que es una especie de Arnold Schwarzenegger a lo asiático, pero mucho más bajito y más gordito, la verdad. Y voy a parar aquí porque, si sigo refiriéndome a actores y directores coreanos como el bajito fuertote regordete, voy a quedar de racista una vez más.
También tenemos joyitas como Parásitos y entretenidas pelis de acción/terror como Tren a Busan, que ya son clásicos, no las olvidemos.
La cosa es que hace unos años, durante la pandemia, apareció la primera temporada de la serie que nos ocupa, El juego del calamar. Y lo petó en Netflix. He de decir que estaba muy bien hecha, era original y fresca, y los capítulos estaban perfectamente delimitados, como si fuera un thriller de acción de 8 horas y pico fileteado en digeribles episodios que te dejaban con la intriga de saber más, un cliffhanger en el mejor momento.
Resumamos rápidamente la primera temporada (lárgate de aquí cagando leches si no la has visto y no quieres spoilers): en el metro de Seúl (espero que sea Seúl) aparece un tipo que reta a los viandantes más marginales a un juego de niños. El que gane le mete un bofetón al otro, creo recordar. No recuerdo si es por el juego en cuestión o hay otras razones, pero el tipo les entregaba una cartita a algunos de los jugadores para invitarles a un juego más grande, en el que podrían hacerse ricos.
Así invitan a nuestro protagonista, un señor de unos 40 y pico años (los coreanos parecen más jóvenes de lo que son en realidad), alcohólico y repudiado por su familia, al que el juego este no le parece ni tan mal. Total, que le pillan en una furgoneta, bolsa en la cabeza, manos atadas, cloroformo y todo el rollo, y se despierta en una habitación gigante Dios sabe dónde, con otros 400 y pico jugadores que básicamente son gente tan desgraciada como él.
El sitio está lleno de literas y tiene una estética colorida y minimalista, como una especie de chiquipark psicodélico (menudo símil, la verdad). Allí empiezan a jugar a juegos, guiados por un grupo de chavales que lleva monos rosas con un triángulo, un círculo o un cuadrado en la máscara. Al principio, el juego parece una mofa: el escondite con una muñeca gigante muy desagradable. Pero entonces empiezan los tiros y se acaban las risas. Ay, que esto va en serio. Ay, que me mata.
Resulta que en cada juego se van ventilando a la gente que es eliminada. Y la pasta va para los que quedan. La gente puede votar para dejar de jugar, pero qué va, porque son muy avariciosos. Mientras va avanzando por los juegos, de pura chiripa, el protagonista va conociendo gente maja. Otros no tan majos. Y vamos, que al final gana, sobrevive y se lleva la pasta, pero se queda traumatizado por la cantidad de gente que la ha palmado por el camino.
Por otro lado, tenemos la trama de que toda la movida la organizan unos millonarios depravados que quieren ver cómo la gente se mata por pasta.
La segunda temporada empieza con nuestro protagonista de nuevo, pero tiempo más tarde, obsesionado con encontrar a los degenerados que organizaron toda la movida. Se gasta la pasta en un grupo de detectives bastante panolis, que se ponen a patrullar estaciones de metro hasta dar con el tipo que te da la tarjetita.
Ah, y también tenemos al clásico joven policía coreano, que se la tiene jurada a los del juego porque está buscando a su hermano y piensa que está dentro también (luego resulta que era uno de los managers malos que lo organizaba todo, fíjate tú).
Lo divertido de esta temporada es que al principio no sabes si va a haber más juegos. Si va a ser igual que la primera. Parece que no, pero sí. Al final, el prota se va para allá de nuevo, ahora con todos los conocimientos que recopiló en la primera instancia, y se erige como un mesías que quiere salvar a la gente (incluso inicia una revolución).
Y empiezan los juegos. Y parece que sí, pero no. El primer juego vuelve a ser el escondite inglés, pero la cosa cambia. Y una vez más, te dejan con el cliffhanger al final de un capítulo. Pero esta vez, no hay capítulo siguiente. Estaba viendo capítulo tras capítulo y, de repente, al acabar uno de ellos, se acabó. No hay más. Te dejan bastante colgado.
A la serie en general le voy a poner un 7. Cumple lo que propone. A la segunda temporada… un 5 y medio.