Hace ya bastantes años, puede que 15 o más, me vi la película Guía del Autoestopista Galáctico. Era una cosa de ciencia ficción bizarra, con efectos especiales bastante solventes para la época, una trama bastante loca y unos personajes curiosos, pero era entretenida. Es una de esas pelis sobre las que, con el tiempo, sueles pensar «me la vería otra vez». Y a mí eso no me suele pasar. La cosa es que, animado por la película, decidí leerme el libro (cuando puedo, lo hago al revés, y lo recomiendo). Y sobre este libro no voy a hablar, porque no es el que nos ocupa, pero diré que estaba BIEN. No sé si para obtener el estatus de obra de culto que ha tenido, con el 42 y todo eso, pero bien. Quizás es porque es una obra de ciencia ficción cómica, irreverente, una especie de Terry Pratchett con naves espaciales y física cuántica como trasfondo explicativo, pero a mí nunca me ha acabado de gustar tanto como a esas legiones de fieles que me he encontrado muchas veces en el mundo académico, que lo veneran y dicen que es «su libro favorito». Me recuerda un poco a los fanáticos de Harry Potter, y no me gusta.
Pero seguimos.
Por alguna razón, después de estos 15 años, me dio por leerme algún libro más de esta saga, llamada «trilogía en cinco partes» en un derroche de humor de autor, notese la ironía. También puede ser que me enterara más bien tarde de que había más de un libro. Puede ser. Así que me compré El Restaurante del fin del mundo y El Universo, la vida y todo lo demás, segunda y tercera entrega de la saga, respectivamente.
Pues bien, El Restaurante del fin del mundo es lo peor del libro. Empieza raro, necesita como 70 páginas para que pase algo, y lo que pasa no es que sea de lo más original, gracioso o interesante. Cuanto más leía, más pensaba que, después del éxito del primero, el señor Adams quiso azotar a la gallina de los huevos de oro, y sacarse unos billetes con una buena saga. Y mira que no quería pensar mal, yo hago porque el señor Adams me caiga bien. En fin, que bastante conazo. A los personajes ni se digna en describirlos porque supongo que el libro se concibe como una continuación inmediata del primero, pero a mí no me habría venido mal alguna explicación o un «anteriormente en», porque 15 años de por medio le pasan factura a mi memoria. Pero bueno, al final me pude poner al día más o menos y recordar la movida. Los protagonistas estos, que son los mismos de siempre, se van a un restaurante en el que el universo se acaba cada día. Y luego pillan una nave, se teletransportan unos a un sitio, otros a otro. Y ya está, esto es todo, amigos. Como que no veo que haya mucho sentido, pero claro, ¿a quién le vas a pedir explicaciones? Tampoco es que sea gracioso de leer, al menos para mí. Reconozco que sí que aparecían escenas curiosas, como la del señor que rige el universo desde una cabaña en medio de la nada, con su gato y sin tener ni puta idea de nada. O la aparición en un primitivo planeta Tierra. Pero poco más. No sé si Adams lo iba pensando sobre la marcha, pero sospecho que el argumento se lo dictaban al oído varias tardes de consumo de psicotrópicos. No offense.
Como resumen: el libro se me hizo bola. Era como intentar asirse a algo, como cuando intentas pinchar una escurridiza aceituna con un palillo y no se deja.
No hubo forma.
Le planto un 4, y por respeto.
Quizás es un paso necesario para el siguiente tomo, y la cosa se pone mejor.
Lo veremos pronto, porque ya lo he empezado.