Antes de leer esto, os remito a la reseña que escribí sobre Severance. Allí hablaba de las series inteligentes, que plantean un misterio y atrapan al espectador, quien no puede evitar intentar encontrar explicaciones usando las reglas que la propia serie le va desvelando poco a poco. También mencionaba que las series que se alargan ad infinitum me ponen nervioso, salvo excepciones como las cinco temporadas de Breaking Bad, que entraron bien. Pues bien, si Severance me parece que lo hace todo bien, From es todo lo contrario. La voy a destripar, pero bien.
¿Alguien ha dicho Perdidos? Mira, lo voy a confesar: no he visto Perdidos entera. Sé que hay un prota, una tía, un gordo y un calvo en silla de ruedas. Algo de osos polares, un submarino y un código, pero hasta ahí llego. Por cultura popular, vaya. Nunca la he visto entera porque siempre me ha aburrido por el camino. Pero cuando veo From (y ya llevo tres temporadas, para bien o para mal), no puedo evitar pensar que es un calco de esta estructura. Un calco malo, que te planta un misterio en la cara pero que, al final, va a ser un trueno decepcionante, y para entonces ya te has tragado ocho temporadas.
La cosa empieza con una familia que va en caravana por los benditos Estados Unidos de América. Se encuentran un palo en la carretera y tienen que tomar un desvío. Pero el desvío no se acaba nunca. Pasan y pasan y vuelven a pasar por un pueblucho con gentes raras. Que pocas ganas de parar, pero no hay salida. Al final acaban en una cuneta y tienen una movida gorda. En el pueblo les explican rápidamente que no hay escapatoria, que por mucho que camines, siempre acabarás apareciendo por el otro lado. Como en el Pac-Man o algo así (no se explica muy bien, la verdad). Ah, y otro detalle: por las noches aparecen unos aldeanos estilo años 50, que parecen majetes, sonríen y todo, pero en realidad son bichos malísimos que te sacan cinco hileras de dientes y te revientan vivo.
Los pobres accidentados se refugian en una casa, porque si tienes una piedrecita puesta en la puerta y cierras bien las ventanas (aunque la ventana sea una caja de cartón del IKEA), los demonios dicen: «¡Ay, no! Que no se nos permite la entrada, hay que respetar la propiedad. Somos capitalistas, putos okupas». Bueno, algo así, porque, por supuesto, no se explica nada.
Los personajes que habitan el pueblo son menos carismáticos que una esponja de baño con cuatro meses de uso intensivo (me ha salido de dentro esta analogía). El sheriff negro (no es racismo, es que es así) es el mismo que el de Silo. También hay unos hippies que viven en una mansión colonial, haciendo pajapies y fumando orégano, y el resto ni me apetece comentarlos de lo aburridos que son. Aunque bueno, quizá debería decir algo de Victor, que es un señor de… 50 tacos, yo qué sé, que lleva en el pueblo de mierda ese desde niño y se las sabe todas. Aunque parece un poco pedófilo y, al principio, a los protagonistas no les gusta que se haga amigo del crío.
Pues bueno, con esta premisa ya os podéis imaginar cuatro o cinco temporadas, porque poco más pasa. Que si encuentran un árbol que te lleva a otro lado, que si tienen visiones de niñas calvas que viven en una cueva, movidas de la Guerra Civil americana… Hasta la madre protagonista se mete no sé por dónde, acaba volviendo al mundo real a comerse un helado, y luego otra vez con el puto palo en la carretera.
Como me dijo mi novia, da la sensación de que los actores se vuelven cada vez más malos. Debe de ser que hasta ellos van perdiendo las ganas conforme avanza la serie.
Pero, después de decir todo esto, después de ponerla a parir, tengo que admitir que seguramente acabe viéndola hasta el final. Y más que por descubrir el misterio, para poder decepcionarme a gusto y cagarme en ella con todas las de la ley. ¿No es bonito esto también?
Mira, yo creo que tiene que haber series así, así que le voy a poner un 5 pelado.