Los de Camellos me parecen unos tíos de barrio de Madrid centro, callejeros y castizos hasta la médula. No en vano los conocí por la canción Mazo (mazo en plan que es un canteo, en Madrid tenemos el mejor agua del mundo), que sale en su disco Calle para siempre (2019). En la carátula parecen una banda mafiosa capitaneada por C. Tangana: en camisetas interiores de tirantes, barba de varios días y chequeando los oros y el monedero que había dentro del bolso que acaban de robar a una vieja (esto me lo imagino yo por el contexto).
Del mismo disco es Arroz con cosas, que es socarrona y buenrollista. Pero su disco más reciente (y el único que me he escuchado entero, creo) es Gran Hostal.
Como siempre, las primeras veces que escucho sus canciones pienso: «este tío no es que cante demasiado bien». Pero a la quinta escucha ya te das cuenta de que ese berreo es marca de la casa. Me pasó con Loros, una cancioncilla de apenas dos minutos que me escuché en bucle durante días, y seguramente mi preferida del disco (para la mierda que hacéis en vida, mejor seréis mi comida).
En canciones como Quién se ríe ahora o Combustión, hacen lo que podría llamar un rock comprometido: ya sea riéndose de los conspiranoicos o tratando temas como la ansiedad, la dificultad de encontrar un curro decente o una vivienda digna por un precio asequible (sobre todo en Madrid). Lo curioso es la forma en que lo hace Camellos, con un acercamiento original: con rabia, pero de una forma cómica en la que te ríes por no llorar.
Y mira que en Combustión colaboran con Biznaga, pero es que a mí Biznaga a solas, que también critica la situación actual (Futuro sobre plano, por ejemplo), no me entra. No me parece lo mismo.
Camellos son buen rock de guitarra hecho por unos tíos sudados que pasan un buen rato, pseudopunk urbano madrileño que siempre estará vivo, en las esquinas meadas de Malasaña y en los chocolates con churros de San Ginés con resaca.
Un 7,5, va.