Hoy voy a hacer una review conjunta de estos tres libros, que no son ninguna trilogía, aunque hay similitudes en las tramas y, sobre todo, entre algunos de sus personajes. Pero el caso es que los leí en fila, uno tras otro y casi sin descanso (y, por casualidad prácticamente, en orden cronológico de publicación).
Empiezo por Los huerfanitos.
Hace un par de meses fui a una librería de segunda mano que suelo frecuentar aquí en Gante, Bélgica. Es una librería con 5 o 6 pisos, enorme, que tiene desde libros clásicos de ciencia ficción en inglés en edición de bolsillo hasta primeras ediciones de vaya a saber usted qué obras de autores flamencos, pasando por una gran colección de libros de arte de TASCHEN o PHAIDON, de esos gordos que quedan bien en la mesa del salón (ya me he hecho con un par para darle un aire intelectual a la casa). Bueno, pues eso, que siempre que entro en esta librería (De Slegte se llama, lo que se traduce como «El/La Peor», no sé la razón detrás del nombre) me dirijo directamente a ese rincón que tienen en la tercera planta, de libros usados clasificados por idiomas, y rebusco entre los que están en castellano (tres humildes baldas con mucha mierda, como manuales de informática o libros en inglés para aprender español). Pero ese día de hace dos meses, me encontré con algo especial. Un libro con el lomo colorido, color crema, asomaba. Pude distinguir con rapidez el logo de Blackie Books, y lo agarré pensando: «Joder, ¿qué hace esto aquí, un libro de Blackie…? Habá que pillarlo porque estos no suelen fallar». Lo primero que miré fue el título: Los huerfanitos. Ni puta idea. Lo segundo, el precio: 4 pavos, un regalo para ser Bélgica, vamos. Y lo tercero, el autor: Santiago Lorenzo… Me sonaba, pero no sabría decir de qué. Cuando vi el precio, ya tenía decidido que me lo iba a llevar.
La portada era de Ricardo Cavolo, artista gráfico que conocía de hace tiempo. Quizás te suene si te digo que es el tío que dibuja muy al estilo cartoon, con gente de cuatro ojos (dos pares de ojos, unos sobre otros) y muchos fueguitos rojos y naranjas por el fondo. A mí, ver esta portada ya me indicó que el libro tiraba por donde yo creía (los de Blackie Books no fallan, ya lo he dicho, otro día escribiré sobre Blackie Books porque merece un parrafazo). Me leí Los huerfanitos en diciembre de 2024, entre Gante y Madrid. Reconozco que al principio me costó entrar en la prosa de Santiago Lorenzo. Es muy fan de los cultismos, de palabras enrevesadas, te lanza adjetivos muy variopintos y elevados como si, más que describir una escena, te lapidara con ellos. Pero poco a poco le vas cogiendo el gusto. Suele caer un juego de palabras en cada página y mezcla con maestría la comedia con el humor negro, la tragedia que casi no parece tal y un patetismo que roza lo ridículo en casi cada capítulo. Esto sobre el estilo. Vamos con la trama.
La novela trata sobre tres hermanos que heredan un teatro de un padre ausente al que los tres odian. Pero el regalo está envenenado: el padre tenía muchas deudas, y para poder afrontarlas, a los hermanos solo les queda montar una obra para llevarse una subvención pública. Por supuesto, por el camino se encuentran con personajes rarísimos y se dan las situaciones más disparatadas. Cada hermano tiene una personalidad y un trauma propio: con su padre, entre ellos y con el mundo; cada uno lo paga a su manera. Y al final, todo encaja. El final le queda bonito, como un broche a un trabajo en el que Santiago ha debido de echar horas y horas, esmerado y cuidado. No diré más, porque creo que merece la pena leerlo.
Cuando llevaba este primer libro mediado, recordé de qué me sonaba el autor. Y es que recordé que le había visto en una entrevista en La Resistencia, allá por 2018 o así. En su momento, pensé: «Me cae bien, me parece un tipo interesante y muy humilde, majete y culto». Se le notaba que la presencia mediática era más bien una imposición publicitaria de la editorial que una elección propia, porque parecía un hombre ermitaño y solitario (en el buen sentido). Ya en Madrid y acostumbrado a las palabras de este señor, se me antojó leer Los asquerosos, que según había leído, era el libro más exitoso del autor. Me fui a dar un paseo por el centro, miré en varios sitios: la Fnac, El Corte Inglés, La Casa del Libro… y al final, solo encontré otro libro suyo en La Central, la librería rojilla del centro. Pero no era Los asquerosos, sino Tostonazo. Así que compré este último de todas formas y me pillé el primero por Amazon (lo siento, pequeñas librerías de barrio… me puede la pereza).
En Los asquerosos, el estilo es similar al de Los huerfanitos, pero hay muchos menos personajes. De hecho, solo hay dos importantes: sobrino y tío político. Una relación extraña entre un jovenzuelo despierto e inteligente, especial y solitario, y su tío político, un divorciado de cuarenta y tantos o cincuenta años que lleva una vida estándar en Madrid. El uno se siente marginado por la sociedad, incomprendido e incapaz de hacerse comprender; el otro es el tío. Que también es un poco como su sobrino: se identifica con él, le ayuda en lo que puede y le sale el instinto paternal, el orgullo, como si fuera el hijo que nunca tuvo (aunque tiene uno, eh).
El caso es que el sobrino, escapando de un crimen y todo paranoico por haberse cargado a un policía, huye con la ayuda de su tío, coge el coche y pone rumbo a donde sea. Y se topa con un pueblo de la España vaciada. Este término se menciona varias veces, pero no como algo malo, sino todo lo contrario. El vacío, la soledad, son apreciados por el muchacho como lo mejor que le ha pasado. En este pueblecito el chico se las empieza a apañar como puede. Lleva una vida forzadamente minimalista al principio y luego deliberadamente simple. Se libera de lo material, de lo social. De los lazos tangibles e intangibles. Aprende a sobrevivir, a pensar, a pasar el tiempo. A aburrirse. Y le encanta. Con cuatro harapos, comida del Lidl y unos libros abandonados, echa las tardes el muchacho. Hasta que llegan los asquerosos.
Los asquerosos son domingueros urbanitas, que alquilan la casa vecina a la que él ocupa y vienen a dar por saco fin de semana sí, fin de semana también. Le fastidian sus rutinas, pues no puede dejarse ver, y tiene que aguantar sus gritos, sus costumbres groseras y simplonas. Su hipocresía y su chabacanería. Y así están las cosas hasta que sucede una pequeña tragedia que luego da lugar a un bonito desenlace. Y hasta aquí puedo escribir. He de decir que el regusto que me dejó este libro, comparado con Los huerfanitos, no fue tan dulce… pero a lo mejor ahí está el asunto. Quizás sí que te haga reflexionar más.
Y por último, llegamos a Tostonazo. Mira, no me voy a explayar con este porque me parece el más flojo de los tres. Me parece que el argumento está algo cojo, la trama pierde continuidad. Aquí podría decir que la obra hace honor al nombre, pero tampoco es plan de ponerse faltón. Está aceptable, a secas. Lo justo para aprobar. Tenemos la vida de otro chavalito, algo parecido al de Los asquerosos, pero este sí que sabe relacionarse. Con 18 años, ya fuma y bebe orujos por los bares como si de un señor de 57 se tratara, como si cargara mucha vida a sus espaldas. No sé si es porque el señor Lorenzo no se relaciona mucho con chavales de esa edad ahora, pero yo creo que aquí falla un poco el retrato del chavalito estándar: TikTok, Fortnite y criptomonedas. Pero bueno, que el protagonista sea poco verosímil puede ser la excepción, vale.
El caso es que el chaval quiere dedicarse al cine y, como buen buscavidas, empieza a moverse en el gremio. Consigue sus primeros trabajos, una peliculita de poca monta, y aquí entra Sixto, un señor abominable que es hermano del director, no tiene ni puta idea de nada, ni hace ni deja hacer y crea un mal rollo en los rodajes que flipas. Es todo lo que el protagonista quiere evitar ser. Más adelante en la trama, el chaval se queda en paro y le toca ir a una capital de provincia para cuidar de un tío suyo muy mayor. Un señor rancio, machista, viejo chocho, vaya. Y aquí se parece más la cosa a Los asquerosos: en la pequeña ciudad donde no hay mucho que hacer, encuentra el protagonista el placer en el aburrimiento, en crear por crear, en probar cosas y en conocer a un mentor, un señor rarete que creo que era canadiense y dirige anuncios para la tele. Se convierte en su amigo, en su mecenas. Aprenden y pasan tiempo juntos. Y aquí, otra tragedia. No queda ya mucho más que decir, pero el protagonista, desengañado del mundo del cine, encuentra su sitio apartándose un poco, literal y metafísicamente, escribiendo guiones, libros, aportando su arte desde un pueblo fuera de foco. Un poco como Santiago, por lo que puedo intuir.
Y bueno, ya está bien, que aunque sean tres libros en una reseña, he dado una buena turra.
En resumen, os diría que le dierais un tiento a algún libro de Santiago Lorenzo. No creo que os arrepintáis.