Tetris (40 contratos para vender el minecraft de los 80). John S Baird, 2023

Tetris (40 contratos para vender el minecraft de los 80). John S Baird, 2023

No voy a negar que no cogí esta película con muchas ganas. Era una mañana anodina, no sabía qué ver, no tenía ninguna peli pendiente de esas que no te quieres perder, y me encontré con esto.


Al principio, al leer la sinopsis, pensé que iba a ser tipo documental. En cuanto empezó, ya vi que no. Es un biopic bonachón, familiar, sobre la historia del tipo que inventó el Tetris. Más bien, sobre la historia del tipo que compró los derechos del Tetris. Más bien, sobre unos cuantos hombres blancos discutiendo entre ellos en los años 80 para ver quién se llevaba la pasta del Tetris.

Lo primero que pensé cuando la acabé es que podría ser la típica película que pondría un profesor de derecho internacional, derecho de copyright o venta de licencias (o como mierdas se llame esto) en segundo curso de una carrera de ADE. Básicamente, trata sobre un buscavidas, un tipo afable interpretado por Taron Egerton (me pasé gran parte de la película pensando que en realidad era otro, Hutcherson, el de la cara cuadrada de Puente hacia Terabithia o Los juegos del hambre). Es un empresario, pero de los buenos (o sea, bondadoso, no que le vaya bien), y al que el Tetris se le aparece en una feria de videojuegos como si fuera la Virgen. El hombre se queda prendado de la increíble novedad y se obsesiona con conseguir los derechos de distribución. Empiezan a firmar papeles, a pagar. Pim, pam. Y así seguimos, porque la película va de esto.

En Japón, nuestro protagonista tiene un estudio de videojuegos al que no le va muy bien y una familia a la que le va algo mejor. Cree que el Tetris es el bombazo que estaba esperando. Pero hay un problema: el creador del Tetris es un señor ruso que se llama Pajitnov o algo así (de ahora en adelante, el ruso). Y en la Rusia de los años 80, en plena era soviética con Gorbachov todavía, no gustan las patentes ni vender movidas al capitalismo americano. Así que empiezan las carreras, los vuelos y los contratos. Que si me voy a ver a los de Nintendo, que si sacan la Game Boy, que si voy a comprar los derechos pero resulta que los tiene un gordo infame británico y millonario y su hijo, que es un gilipollas…

Al final, el prota se marcha a Rusia jugándose la vida (tampoco tanto, la verdad, le caen dos collejas) para conocer al ruso. Y claro, se hacen amigos. Le seduce con su labia, su honestidad yankee (aunque en realidad es holandés de nacimiento), su pasión por los videojuegos. Y ahora vienen otros 24 contratos. Contratos con el gordo cabrón, con un enano cabrón que llevaba las licencias, con los de Nintendo… Y, a todo esto, hay un agente malvado de la KGB que lo único que quiere es un soborno del gordo.

Y en fin, al final entre los rusos hay gente buena (la película se esfuerza en mostrarlo, ¿eh?), el hombre bueno consigue su contrato y escapa del país en una persecución ridícula que nadie se cree, en una carrera al aeropuerto en el Lada Niva del amigo ruso. Se escapan, se llevan la pasta, sacan al ruso de Rusia y el protagonista vuelve con su familia, que, por culpa de los negocios, se estaba resintiendo su relación con ellos (se había perdido la función de su hija y todo, imperdonable en un padre americano).

Como conclusión, si te gusta el Tetris y firmar papeles, seguro que te gusta. Si no, sin más.

Un 5 y va que chuta.


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