Un muerto. Así empieza la serie. Esa es la baza que tiene para atraparte. Comienza con un ataúd en un aeropuerto, se acaban las vacaciones para nuestros protagonistas. Y seguidamente, procede a contarte las historias entrelazadas de unos inquilinos la mar de excéntricos en un resort hawaiano. The White Lotus es más de lo que esperaba encontrarme, la verdad.

Después del momento thriller con el muerto, del que nos olvidamos el resto de la serie (hasta el final de la temporada, claro), entramos en el plácido mundo de la vida en un hotel para ricachones. Familias “felices”, parejas en luna de miel, solitarios extravagantes con fortunas heredadas y un personal que lo da todo —empezando por el jefe— para que el cóctel llegue frío y la realidad social, ni verla.
Pero el ambiente, la atmósfera, es tan confortable que al principio piensas: ¿qué puede salir mal para que alguien acabe muerto? Spoiler: muchas cosas. Conforme avanza la serie, no paras de pensar quién tiene más papeletas para palmarla.
El protagonismo es coral, pero no por ello menos jugoso. Tenemos al matrimonio con dos hijos (y la amiga de la uni de la hija, importante). Ella es más exitosa profesional y económicamente que él, lo cual, claro, hiere su masculinidad. Los hijos también tienen lo suyo: un pajero adicto a las pantallas y una chavala repelente y cínica que está en la fase de creerse superior porque lee filosofía clásica en la piscina. La amiga es igual, pero pobre, así que tiene más papeletas para comerse el marrón del sistema. Colonialismo, lucha de clases, blablá. Todo envuelto en charlas pseudoprofundas con cócteles de colores.

Por otra parte, está la pareja de luna de miel: él, un gilipollas de manual obsesionado con conseguir la habitación exacta que su mami había reservado (y el hotel no le ha dado), y ella… bueno, su mujer trofeo. No es que no tenga papel, es que está ahí para que tú también la infravalores. Así es el espíritu de la serie, amigos.
El manager, que me pasé media serie pensando que era Trevor del GTA V, es un drogadicto homosexual que se desinhibe más de la cuenta cuando pilla las pastillas de las chicas culturetas. Cada vez lo lía más todo, y tú solo puedes mirar, encogido, pensando: “esto no puede acabar bien”.
Luego hay una vieja sobremaquillada que pasea las cenizas de su madre por todo el resort, un par de personajes más que no aportan mucho (pero ambientan), y entre todos conforman esta sátira elegante y tropical donde lo importante no es tanto lo que pasa, sino cómo huele todo: a privilegio rancio y a problemas de primerísima clase.
La resolución del misterio, sinceramente, ni fu ni fa. No hay ningún twist brutal que te vuele la peluca, pero tampoco importa. El ambiente turístico, la fotografía cuidada, los planos detalle y una banda sonora que mezcla coros indígenas con ruiditos vocales muy pegajosos hacen su trabajo. The White Lotus entra fácil y te deja ese regusto a maracuyá con ansiedad existencial.
Tiene el balance adecuado entre comedia satírica, crítica social y thriller. Y tengo entendido que cambia de personajes cada temporada, así que mientras me veo la siguiente, a esta le voy a poner un 7,7.
Oye, que igual es demasiado alta, pero me ha dejado buen cuerpo. Y no es por el cóctel.